Se trata de una forma de violencia que puede pasar desapercibida para los padres y las autoridades, que suelen naturalizarlo como “cosas de chicos” y restarle importancia. Sin embargo, este fenómeno social puede causar enormes daños emocionales y psicológicos en la víctima, además de alentar y normalizar el ejercicio de la violencia en el abusador
es el más reciente de un conjunto de nombres que se le han dado a lo largo del tiempo al matonaje, acoso, hostigamiento, abuso o maltrato escolar. Es decir, a las diversas formas de maltrato y persecución a las que a menudo se ven sometidos los niños y adolescentes dentro o alrededor de un contexto escolar. La palabra bullying es un préstamo del inglés, proveniente de “bully” (abusador).
Se trata de una forma de violencia que puede pasar desapercibida para los padres y las autoridades, que suelen naturalizarlo como “cosas de chicos” y restarle importancia. Sin embargo, este fenómeno social puede causar enormes daños emocionales y psicológicos en la víctima, además de alentar y normalizar el ejercicio de la violencia en el abusador.
El bullying puede ser llevado a cabo por una o más personas, quienes dedican esfuerzos sostenidos al acoso, la burla, la intimidación física y la humillación pública de la víctima.
Usualmente crea un clima de linchamiento colectivo y de aislamiento de gran crueldad con las emociones de la víctima. Además, pone en su contra al grupo entero, ya que muchos terceros se suman a la agresión por miedo a convertirse en las próximas víctimas, o por sentirse protegidos y poderosos estando del lado de los abusadores.
Este acoso puede darse en persona, a través de redes sociales o de muchas otras formas, dentro y fuera del recinto educativo. Puede consistir en insultos y humillaciones verbales y psicológicas, o también en agresiones físicas y violencia. No hay criterios únicos aplicables respecto a quiénes pueden o no ser víctimas de bullying.
Existen muchas formas de bullying o prácticas de acoso escolar, tales como:
Bloqueo social.
Consiste en fomentar u organizar la marginación o el aislamiento social de la víctima, prohibiéndole participar en actividades sociales o deportivas, excluyéndolo de dinámicas de grupo, o incluso exigiendo al grupo que nadie le dirija la palabra, bajo amenaza de sufrir su misma suerte.
Hostigamiento.
Bajo este nombre se incluyen diversas dinámicas de acoso, persecución e intimidación sistemáticas, que insisten en un mensaje de desprecio, desconsideración, humillación, ridiculización e incluso odio.
Manipulación social.
Se llama así a los intentos por distorsionar la imagen pública de un compañero o compañera, indisponiendo a terceros en su contra, inventando acusaciones, implicándolo en problemas con otros, para fomentar una apreciación negativa del grupo que luego conduzca a mayores agresiones.
Coacción y coerción.
Es decir, conductas intimidatorias que buscan forzar a la víctima a llevar acciones o a decir cosas en contra de su propia voluntad, bajo amenaza de violencia física, de violencia social o de otra índole. Esto le impone a la víctima un estigma de debilidad, indefensión o sumisión, para ubicar al abusivo en una posición de poder o de autoridad.
Violencia.
Este es el punto más visible de todos, que traspasa la línea de la integridad corporal y puede hacer daños físicos pasajeros o permanentes. La agresión física puede darse en distintos niveles, yendo del maltrato simple a las golpizas e incluso a la violencia sexual.
Ciberacoso o cyberbulling.
Se llama así al acoso que se produce a través de las redes sociales, mediante la difamación, exhibición indeseada de la vida privada, secuestro de cuentas y de material personal, etc.
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Las causas del acoso escolar residen, ante todo, en el abusivo, generalmente víctima a su vez de padres abusivos, hogares disfuncionales y probablemente una carga de violencia.
Sus razones para el abuso pueden ser de distinto tipo, desde un reclamo inconsciente de afecto, envidia del chico del que abusa o distintas dinámicas cercanas a la psicopatía que denotan una preocupante ausencia de empatía. Además, muchos abusivos pueden presentar distintos grados de enfermedades mentales o de taras emocionales.
Por otro lado, el clima de la institución educativa puede ser más o menos propicio para el bullying. Instituciones demasiado rígidas, en las que un orden implacable impide la comunicación entre alumnos y docentes, o por el contrario, instituciones sin ningún tipo de orden y disciplina, pueden ser favorables para el surgimiento de este tipo de conductas.
Las consecuencias del bullying son realmente serias. Por un lado, naturalizan la violencia, la crueldad y la injusticia en el ámbito escolar, permitiendo que anide dentro de las generaciones venideras, conocedoras desde temprano de la terrible dinámica entre víctima y victimario.
Los abusadores reproducen fuera de casa el dolor y el sufrimiento que padecen en su núcleo familiar. Así, ante la inacción del sistema y la indefensión de la víctima, se le refuerzan al abusador las conductas violentas y crueles, en lugar de enseñarle desde temprano a identificar y rechazar las dinámicas sociales patológicas.
La peor parte de las consecuencias del bullying le toca a la víctima, sometida a una tortura física, emocional y psicológica que dejará huellas en su psique en formación. La destrucción de la autoestima, el desarrollo de fobias sociales y la sensación perenne de culpa son apenas algunas de las consecuencias posibles, cuya identificación y tratamiento requieren a menudo ayuda terapéutica, incluso una vez llegada la adultez.
Además hay consecuencias a más breve plazo, como las conductas violentas de resarcimiento de parte de la víctima, que cansada de vivir en el miedo y la indefensión, es empujada a conductas criminales, como a menudo ocurre en los tiroteos y asesinatos masivos de las escuelas estadounidenses.
Los especialistas afirman que únicamente a través de una intervención simultánea sobre los individuos, sus entornos familiares y la institución educativa, es posible arrancar el bullying de raíz. Sin embargo, en ello influyen numerosos factores socioculturales que escapan al ámbito educativo, y que a menudo hacen difícil tan solo identificar al abusador.
Sin embargo, las escuelas tienen la obligación de fomentar la comunicación entre alumnos y docentes. Así se evita que los casos de maltrato sean invisibles para el personal de la institución, especialmente para los encargados de la disciplina y los encargados de la asistencia psicológica, de haberla.
La participación de los padres en ese sentido es clave, así como romper la comodidad de la indiferencia de los compañeros de clase: el abusador debe ser identificado, denunciado y su conducta rechazada por el grupo, de modo que la presión social recaiga sobre la conducta negativa, en lugar de sobre la víctima.
Por último, el empoderamiento de la víctima es siempre una herramienta útil, de la mano de la terapia psicológica. La enseñanza de las artes marciales y de métodos de defensa personal puede incidir positivamente en su autoestima y brindarle recursos a la hora de lidiar con situaciones de abuso desde una perspectiva más saludable.
Autor:Editorial Etecé
¿Hay más de un responsable detrás de un victimario de bullying?
En este #CecodapLive, Abel Saraiba, coordinador adjunto de Cecodap, explicará cómo víctima y victimario no son los únicos afectados e involucrados en el acoso escolar; sino que existe un entramado de roles que pueden intervenir para que estas situaciones no ocurran.